La Lucha Para Reconstruir Una Universidad Devastada
Por Fernanda Zamudio-SuarézJanuary 10, 2018
San Juan, P.R.
La Universidad de Puerto Rico recinto de Humacao sufrió daños mayores después de el huracán en septiembre.Foto por Angel Valentin para The Chronicle
(Editor’s Note: This article is a Spanish-language translation of the article “The Fight to Rebuild a Ravaged University.” Many of the interviews in the original article were conducted in Spanish and translated to English.)
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La Universidad de Puerto Rico recinto de Humacao sufrió daños mayores después de el huracán en septiembre.Foto por Angel Valentin para The Chronicle
(Editor’s Note: This article is a Spanish-language translation of the article “The Fight to Rebuild a Ravaged University.” Many of the interviews in the original article were conducted in Spanish and translated to English.)
A ún se puede escuchar la salsa, las bocinas de los automóviles en las calles atestadas y las D silenciosas que la brisa transporta por el dialecto puertorriqueño. Pero hay que escuchar con atención.
Durante meses, los sonidos del Caribe han sido engullidos por el estruendo de los generadores.
Casi cuatro meses después de que el huracán María azotara la isla, casi la mitadde sus residentes no tiene electricidad, y la mayoría del resto recibe energía a través de generadores eléctricos con ruedas. Tan solo uno de ellos suena como una cortadora de césped gigante. Una ciudad llena de ellos es un zumbido posapocalíptico. Y mientras pueda oírse su ruido, se puede oler el diésel que queman.
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En el café Vidy’s, a unas tres cuadras del recinto insignia de la Universidad de Puerto Rico, se oye el zumbido. También se oye en una a una cuadra de distancia, donde tres hombres llamados Fernando fríen huevos y tostadas. Y también se oye cuando uno intenta dormir.
Durante casi cuatro meses, Lida Orta-Anés no tuvo generador. La electricidad aún no ha regresado a su casa en las montañas a las afueras de San Juan. La Sra. Orta-Anés es profesora de salud ambiental en el recinto de Ciencias Médicas. Ha leído una investigación que indica que los generadores de diésel son cancerígenos; ella no cree que sea una buena idea tener en funcionamiento tantos de ellos. La opción de vivir sin generador fue su acto de resistencia contra la nueva normalidad de Puerto Rico, donde el croar de las ranas que viven en los árboles queda eliminado por las zumbantes máquinas. Así no deberían ser los sonidos de su isla.
Ciertas cosas que no estaban ahí antes se estan volviendo como la nueva normalidad.... La gente empieza a acostumbrarse.
María sucedió después de lo que muchos en la isla ahora llaman su “primer huracán": la crisis fiscal.Puerto Rico todavía está en medio de una recesión económica de casi 12 años. Los bonos defectuosos, la enmarañada burocracia y el final de los beneficios fiscales federales llevaron a la economía de la isla a su punto de quiebre.
La universidad ha sido golpeada por ambos huracanes. Algunos de sus recintos están prácticamente en ruinas, y el futuro le depara un mandato sombrío: planear una reducción de $300 millones en las asignaciones por parte del Estado Libre Asociado de Puerto Rico durante los próximos 10 años. Y tras el huracán, el gobernador Ricardo A. Rosselló Nevares de Puerto Rico recibió una prórroga para presentar a la junta de control fiscal del territorio un plan fiscal para, entre otras cosas, el sistema universitario.
Pero si Puerto Rico en su conjunto se va a recuperar de su estado de crisis, lo hará impulsado por la institución. En la isla, como en el continente, la educación universitaria es la única manera de ascender en la escala socioeconómica y la única forma de capacitar a las personas que crearán una economía basada en algo más que los servicios y el turismo. Para muchos puertorriqueños, una educación universitaria se traduce en una sola cosa: un título de la Universidad de Puerto Rico.
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La institución es el barómetro práctico y simbólico de una isla que busca esperanza. Pero está sufriendo . La profundidad de la crisis más general de Puerto Rico —y la falta de ayuda de los Estados Unidos continentales— han dejado a la universidad a la espera de apoyo. Por lo tanto, la tarea de levantar tanto la institución como la isla ha recaído en una red suelta de voluntarios dentro de la comunidad universitaria. Es decir, personas como Lida Orta-Anés.
Cuando era niña en San Juan en la década de 1960, los padres de la Sra. Orta-Anés les inculcar a ella y a sus cuatro hermanos que ir a la universidad era “innegociable”. La UPR siempre fue su elección.
De hecho, vio a sus padres recibir sus títulos de esa universidad. Un año después de que la Sra. Orta-Anés obtuviera su licenciatura, su madre, la única de sus hermanos en ir a la universidad, se graduó con un título en educación. El resto de los tíos de la Sra. Orta-Anés tenían profesiones comerciales. Eran técnicos de televisión, plomeros; trabajos que probablemente hubieran hecho sus padres si la universidad no les hubiera ofrecido un camino diferente. Y muchos de sus primos eran estudiantes universitarios de primera generación.
Desde su fundación en 1903, la universidad se ha visto imbuida de la misión de producir profesionales como los padres de la Sra. Orta-Anés, sus primos y ella misma. Ese enfoque adquirió una importancia renovada a mediados del siglo 20, cuando la economía de Puerto Rico pasó de ser de agraria a industrializada, y necesitaba una fuerza de trabajo con educación universitaria para abastecer a compañías como General Electric, la compañía de suministros médicos Electro-Biology Inc. y el fabricante farmacéutico Upjohn.
Hoy la isla todavía depende de esta misión de movilidad social. Más de dos tercios de los estudiantes universitarios reciben Becas Pell. Pregúnteles qué estarían haciendo si no fuera por la universidad, y la mayoría dirá que trabajando en empleos de la industria de servicios o tratando de ampliar los empleos a tiempo parcial que ya tienen.
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Después de que la Sra. Orta-Anés obtuvo su licenciatura y maestría en planificación, tuvo sueños que iban más allá de la isla. Quería ser ergonomista, y necesitaba estudiar psicología industrial y organizacional, y gestión de ingeniería industrial. Pero ningún programa de posgrado en la isla cumplía con su necesidad específica. Así que en 1984, ella y su esposo se mudaron al norte, muy al norte, a la Universidad de Michigan en Ann Arbor. Allí fue miembro activo de un grupo de estudiantes puertorriqueños que se autodenominaban “Los Exilados”.
Su plan siempre era pasar dos años en Michigan, realizando los cursos requeridos, y luego regresar a la isla para terminar sus disertaciones. Pero la pareja no pudo encontrar empleo de inmediato en Puerto Rico.
Se quedaron en Michigan. La Sra. Orta-Anés redactó lenguaje de seguridad para las políticas federales, diseñó capacitaciones para prevenir problemas musculoesqueléticos, como el síndrome del túnel carpiano, y trabajó en los comités asesores de comercio de United Automobile Workers (Sindicato Unido de Trabajadores de la Industria del Automóvil). Ella tuovo dos hijas. Compró una casa. Pero todos los años, la Sra. Orta-Anés y su esposo buscaban puestos en la isla.
Para aliviar su nostalgia, ella hacía una peregrinación bianual a la isla: cada Navidad y cada receso de verano. Su madre le enviaba grabaciones de programas de televisión puertorriqueños. En los oscuros inviernos de Michigan, la Sra. Orta-Anés soñaba con su regreso.
Todos los veranos, sus hijas iban a campamentos de verano en la isla. La familia tenía un objetivo: asimilarse fácilmente cuando llegara la hora de su regreso. “Hemos estado trabajando emocionalmente para ello durante los últimos 17 años”, dijo la Sra. Orta-Anés.
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En el 2000, su esposo se tomó un año sabático en Puerto Rico, donde más tarde encontró un puesto permanente en educación. El traslado finalmente se hizo realidad.
La Sra. Orta-Anés regresó a una isla que estaba en proceso de éxodo. Entre el 2005 y el 2015, el territorio tuvo una pérdida neta de 446,000 residentes que se mudaron a la parte continental de los Estados Unidos. Solo unos años antes, las empresas con base en la isla habían perdido un subsidio clave del gobierno de los Estados Unidos lo que de inmediato había enfriado la economía. Mientras tanto, la isla dependía más de los bonos que emitía a los inversores, aun cuando adquiría cada vez más deudas.
Para el 2016, Puerto Rico estaba al borde de un colapso financiero. El gobierno de los Estados Unidos intervino para ayudar a reestructurar la deuda. Una auditoría del sistema universitario en 2015 encendió las alarmas sobre la gran dependencia de la UPR de los fondos estatales, dados los problemas financieros de la isla. Con ello llegaron los recortes propuestos; estos incluían los recortes al sistema universitario, que obtiene dos tercios de sus ingresos del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Parecía que el aumento de la matrícula y las cuotas eran la única opción para compensar la diferencia. La Sra. Orta-Anés estaba en la primera línea de la oposición a estos aumentos. En el 2001, ella había logrado un puesto permanente propio en la UPR. Dos años más tarde, se unió a la Asociación Puertorriqueña de Profesores Universitarios, un grupo de defensa similar a la American Association of University Professors (Asociación Estadounidense de Profesores Universitarios).
Hoy la ayuda a dirigir, y su activismo frente a las crisis financieras la ha convertido en una espina para la administración. En 2012, la National Science Foundation (Fundación Nacional de Ciencias) congeló fondos asignados a la oficina de administración central de la universidad y al recinto de Mayagüez, citando como razones la mala administración y los plazos incumplidos. La Sra. Orta-Anés fue al ataque, diciendo que los problemas fueron causados por la “terrible administración” y que su asociación aprobó una resolución en la que pedía la renuncia del presidente. En febrero, ella y sus colegas dieron una conferencia de prensa en oposicione a los recortes propuestos por el gobernador de Puerto Rico para el sistema de 11 recintos de la universidad, y reafirmando el apoyo a una huelga estudiantil que había estado protestando por los recortes durante casi dos meses.
Y, aunque los estudiantes obtienen la mayor parte de la atención cuando se enfrentan con los poderes fácticos —las huelgas masivas son un pilar de las protestas estudiantiles—, allí está la Sra. Orta-Anés, con planes para llegar al recinto y a la isla, reuniendo a instructores para ayudar a la causa, y conectando a los activistas entre sí.
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“Simplemente creo que es injusto”, dijo la Sra. Orta-Anés sobre los recortes presupuestarios. “Estamos aquí, y los responsables de la situación en la que nos encontramos ahora deben pagar por ello, no los estudiantes, ni los miembros facultativos”.
La huelga estudiantil finalmente se agotó en junio, cuando el recinto de Humacao votó para ponerle fin. Las perspectivas financieras aún eran sombrías, pero la crisis inmediata había pasado.
Tres meses después, el huracán María golpeó con fuerza la isla.
Lida Orta-Anés, profesora de salud ambiental en el recinto de Ciencias Médicas de la Universidad de Puerto Rico, todavía no tiene electricidad afuera de San Juan. Ella pasa los fines de semana repartiendo suministros de salud en las zonas más afectadas de la isla.Foto por Ricardo Arduengo para The Chronicle
Casi todos los sábados, la Sra. Orta-Anés llena su jeep con desinfectantes para manos, mascarillas y guantes para ayudar a una pequeña pero creciente brigada de estudiantes y profesores a distribuir suministros e información sobre prácticas de salud pública en las partes más devastadas de la isla. “Estamos llegando a personas a las que el gobierno no está ayudando”, dijo.
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El grupo se formó cuando los profesores de ciencias médicas descubrieron por primera vez después de la tormenta que muchas personas que se beneficiaban de diversos proyectos de alcance comunitario fueron desplazadas a refugios temporales, a veces lejos de sus hogares dañados. Al tratar de saber quiénes vivían en los refugios, los profesores comenzaron a ayudar a las familias, que abandonaban los refugios durante el día para limpiar sus hogares.
Muy pronto, los profesores se dieron cuenta de que querían darle a la gente algo más que guantes y comida no perecible. Querían educarlos.
Profesores y estudiantes de otras disciplinas se unieron a los pequeños grupos para distribuir información sobre el agua hirviendo, los riesgos del virus del Zika y el dengue, y los métodos de limpieza higiénica. Ese trabajo resultó en contactos con grupos de ayuda internacional como Oxfam y Heart to Heart International, que han ayudado a la brigada a organizar y obtener más donaciones.
Pero las necesidades son desalentadoras —el gobernador de la isla ha pedido al gobierno de los Estados Unidos $94.4 mil millones en materia de ayuda para desastres— y la Sra. Orta-Anés y sus socios están tratando de hacer mella en la isla.
“Conocemos toda la teoría de cómo regresar de este tipo de tragedia, pero nunca la hemos vivido”, dijo la Sra. Orta-Anés.
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Mientras tanto, las personas se están encargando de limpiar la universidad, buscar pañales para madres solteras y pasar los domingos ayudando a los que viven en hogares que no tienen agua corriente. Muchos hacen este trabajo mientras viven en hogares sin electricidad.
“Tenemos un camión”, dice la Sra. Orta-Anés, mientras conduce de regreso a San Juan en su Jeep azul brillante. “Esta cosa ha visto zonas a las que nunca pensé que yo podría llegar. No es que lo estemos haciendo mejor o peor que el gobierno. Simplemente sentimos que teníamos que hacerlo”.
Tenemos la teoría de como regresar de esta clase de tragedia, pero nunca hemos estado alli.
En un sofocante viernes de diciembre, ella conduce por el tramo de una hora a Humacao, uno de los recintos más afectados. Se encuentra cerca de la costa este de la isla, donde la tormenta tuvo más fuerza cuando comenzó su trayectoria. En la interestatal montañosa, se da cuenta de que algunos autos están detenidos a un lado. El fenómeno es conocido por los residentes como “Boricua hot spota”, uno de los pocos lugares con servicio de teléfono celular. (“Boricua” significa, en la jerga local, “puertorriqueño”).
Más tarde señala los árboles caídos al costado de la carretera. Después del huracán, se veían estériles y grises, como pasa después de un incendio forestal en California dijo. Ahora son exuberantes y verdes de nuevo.
La naturaleza nos ha dado este mensaje: ‘Así es como ustedes deben proyectarse. Verdes’. Ese es nuestro modelo”, dijo la Sra. Orta-Anés. “En menos tiempo del que nos lleva decir que nuestros servicios públicos han vuelto, ya tenemos verde en nuestra vegetación”.
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Esta es su filosofía. Proyectar optimismo. Un país que necesita restauración podría usar un poco de esa filosofía.
A veces, Sra. Orta-Anés corrige a las personas que usan la palabra luz para describir la electricidad o la energía. La palabra luz más frecuentemente se refiere a la iluminación. Los puertorriqueños, dice, ya tienen mucho de eso.
En San Juan, el recinto de la universidad en el barrio de Río Piedras al menos se asemeja a como era antes. Alberga estudiantes; algunos edificios incluso tienen aire acondicionado central. En Humacao, es difícil ver un recinto universitario entre las ruinas.
El recinto está lleno de lonas de plástico. Desde la distancia, parece una misión bautista: se ven mosquiteros que cuelgan de edificios decrépitos de techo bajo. Debajo de las lonas, hay sillas blancas de plástico. Algunas están en un círculo, otras lo están como en un teatro, y algunas rodean una larga mesa blanca de plástico.
Esta es la educación universitaria en su forma más improvisada. Hay estudiantes y profesores, y eso es todo. Los estudiantes de una clase, reunidos bajo las lonas, no habían comprado libros antes de la tormenta. Ahora los libros son casi imposibles de conseguir, por lo que dependen de las clases que se imparten y de cuadernos.
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En un salón de clases de ladrillo y mortero en el departamento de trabajo social de Humacao, hay dos ventiladores en la parte del frente. Todas las ventanas están abiertas debido a pequeñas manchas negras en los rincones y en las baldosas. A pesar de los intentos de ventilar el salón, el moho ha persistido desde el huracán. Pero incluso antes de detectar las manchas, sabes que está ahí. La habitación huele a húmedo y viciado, como el olor de una bolsa de gimnasia una hora después de sacar las prendas llenas de sudor.
Al techo le faltan algunas tejas. Cuando llueve, algunos estudiantes se paran afuera, junto a las ventanas abiertas y debajo del techo, para escuchar la clase. La mayoría de los estudiantes y profesores están de acuerdo: las lonas son mejores que los salones con moho.
La Sra. Orta-Anés toma fotos en su iPhone. Ella les pregunta a los estudiantes si ha venido al edificio un equipo de limpieza profesional. Ellos no están seguros. Más tarde, compartirá las fotos con otros miembros de la facultad; estas ayudarán a determinar qué tipos de suministros necesitan los miembros de la facultad y los estudiantes, y a seguir presionando a los administradores para obtener respuestas sobre cómo los estudiantes y profesores permanecerán en los salones llenos de moho y bajo lonas de plástico.
En una clase, solo a un estudiante le ha vuelto la electricidad, Frances Jimenez Guadalupe, una estudiante de cuarto año de trabajo social. Volvió a encenderse la luz el día antes de su cumpleaños. Pero todavía no se siente permanente. “Ese pequeño temor de que se vaya cuando llegue allí", dijo la Sra. Jimenez Guadalupe, “no es tan fácil deshacerse de eso”.
Antes de que volviera la electricidad, su familia había comenzado a usar un generador. Hacer la tarea de la universidad o las tareas del hogar con un generador significa trabajar en contra del reloj. Es costoso hacer funcionar las máquinas de diésel. La mayoría de las familias las apagan cuando se van a dormir.
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La Sra. Jimenez Guadalupe dijo que su padre apagaría el generador alrededor de las 10 p. m. Después de eso, cualquier tarea o lectura se haría a la luz de las velas.
“Siento que estoy en la época medieval”, dijo Ambar Arzúaga La Santa, también un estudiante de cuarto año de trabajo social. “Tienes que encender muchas velas y luego está el calor. Siento el calor de las velas con la brisa”.
La Sra. Arzúaga La Santa fue activista que se hizo oír durante las huelgas estudiantiles de primavera. Ahora trabaja con otra estudiante de trabajo social para recolectar pañales, leche de fórmula y ropa de bebé para madres solteras y jóvenes de todo Humacao.
Un estudiante usa una estación de carga en el recinto de Humacao en la Universidad de Puerto Rico, uno de los más afectados por el huracán. Foto por Angel Valentin para The Chronicle
Mientras camina por el campus, otro estudiante la saluda para ponerla al día sobre un proyecto de investigación en el que están colaborando. Un profesor les dijo a los dos que necesitarán conducir a un pueblo cercano, pero los estudiantes son cautelosos de gastar gasolina sin garantía de que el viaje valga la pena. Su conversación compite con generadores posados fuera de los pasillos. Los techos altos en los corredores hacen que los generadores hagan eco. Suenan aún más fuerte en el corazón de la universidad, pero hacen posibles las necesidades actuales del recinto: cuatro lavadoras y secadoras, y una estación de carga de dispositivos móviles.
Señalar los daños que sufrieron el centro de salud y el centro de tutoría se siente muy personal para la Sra. Arzúaga La Santa. Al edificio que alguna vez albergó el centro de tutoría le falta una pared. Las tejas están descascaradas. Montones de basura de edificios están posados detrás del antiguo centro de tutoría, todavía esperando después de tres meses para ser recogidos.
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“Para mí, esto duele mucho porque aquí me crié. La universidad para mí es mucho más que una escuela. Es un hogar”, dijo Arzúaga La Santa, cuyo padre y hermano asistieron a la institución y cuya madre trabaja allí. “Ver esto es como ver mi propio cuarto, mi casa desmembrada, ¿y qué voy a hacer sabiendo que no tengo el dinero para reconstruirla?”.
De vuelta en su casa en las afueras de San Juan, la Sra. Orta-Anés abre una tarjeta de Navidad que recibe todos los años: de Norka Saldaña, una amiga que conoció mientras trabajaba para su doctorado en Michigan. En la tarjeta de este año, ella escribió sobre la angustia que sintió después del huracán María.
“Escuchamos nuestra tierra agonizando en la parte más profunda de nuestras almas”, escribió la Sra. Saldaña, que se quedó en Michigan, a donde se ha retirado después de ser consultora de una compañía de diagnóstico clínico. Incluso cuando están exiliados en tierra firme, los puertorriqueños todavía anhelan la isla a la que pertenecen.
Yolanda Izquierdo, profesora de literatura en el recinto de Río Piedras, entiende ese anhelo. Hace unos pocos semestres, ella enseñó la Divina Comedia de Dante en una de sus clases. El poeta italiano escribió en el exilio tras haber sido prohibido en su patria florentina. En el poema, su tatarabuelo pronostica la angustia diaria que él llegaría a conocer tan bien:
“Deberás abandonar todo lo que más amas: esta es la flecha que el arco del exilio dispara primero. Conocerás el sabor amargo del pan de los demás, lo salado que es, y sabrás qué difícil es el camino para quien va subiendo y bajando las escaleras de otros...”.
De pie ante la clase, la Sra. Izquierdo preguntó cuántos estudiantes, como Dante, fueron separados de las personas que amaban.
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Para la profesora, el exilio es un dolor constante. Su familia se fue de La Habana a Puerto Rico cuando tenía 7 años. “Fue separarme de mi familia, de mi escuela, de mi vecindario”, dijo.
El nieto mayor de la Sra. Izquierdo también tenía 7 años cuando su familia se mudó de la isla a Nueva Jersey. La mudanza se hizo en el 2015 debido a la disminución de las oportunidades económicas en la isla. La hija, el yerno y los nietos de la Sra. Izquierdo se encontraban entre las 89,000 personas estimadas, según un estudio del Pew Research Center, que se fueron a los Estados Unidos continentales durante la recesión.
Para entonces, el hijo de la profesora y su familia ya vivían en Nueva York. Su hija la empujó a que se uniera a ellos.
“Empecé a pensar en irme cuando vi que todos me habían dejado”, dijo la Sra. Izquierdo. “No quería irme porque me gustaba la universidad. Me sentía muy cómoda aquí".
La Sra. Izquierdo ha trabajado en la universidad durante 22 años. Vive en el barrio de Río Piedras y conoce los nombres de tenderos y dueños de cafés cerca del recinto. Para ella, ir al mercado de frutas cercano, la Plaza de Mercado de Río Piedras, es una “experiencia religiosa”.
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Mientras cruza el recinto, se detiene a cada pocos metros para dar una lección sobre la arquitectura. Los edificios de color amarillo dorado con las tejas rojas de estilo español inclinadas se construyeron a finales de siglo cuando la arquitectura española era popular. Los edificios más modernos, parecidos a bloques, que dependen del aire acondicionado central, copian un modelo norteamericano. Y, como en otras instancias en que la universidad ha copiado a sus pares del continente —creando más programas de capacitación laboral técnica, por ejemplo, o aumentando la matrícula y las cuotas—, estos edificios no funcionan bien del todo, dijo.
Los edificios se encuentran entre los muchos cambios que la Sra. Izquierdo ha notado en la universidad. En estos días, las conferencias de profesores distinguidos invitados son raras y esporádicas. Para los profesores es más difícil viajar a conferencias. “Ya no hay dinero para nada más”, dijo.
Cada semestre, dijo la Sra. Izquierdo, sus cursos tienen más estudiantes que tienen familias que mantener o trabajos de tiempo completo, a menudo ambos. La vida en la isla no es el paraíso. El ingreso familiar medio de Puerto Rico es menos de un tercio del de su contraparte continental. Y la desalentadora situación económica está teniendo un efecto: la isla ha perdido casi 10 por ciento de su población en la última década.
“Algo te empuja o algo te atrae”, dijo Izquierdo sobre el éxodo posterior a María. “Y aquí lo que está sucediendo más es el empuje. La gente se esfuerza por irse porque perdieron sus trabajos, perdieron su casa, o fue abandonada”.
Queremos mejorar lo que tenemos y hacer cosas nuevas para el progreso de nuestro país.
Mirando a sus estudiantes después de preguntar cuántos tenían familia fuera de la isla, la Sra. Izquierdo vio que alrededor del 90 por ciento de la clase levantaba la mano.
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“Tuve que mirar el pizarrón porque comenzaron a caerme lágrimas”, dijo Izquierdo. “Todas estas familias están divididas. Todas”.
La Sra. Izquierdo se jubilará en junio para mudarse con su familia.
El orgullo y la lealtad son la base de la universidad. Son lo que mantuvo a la Sra. Izquierdo enseñando La Divina Comedia mientras las tragedias se desarrollaban a su alrededor: el huracán, la crisis de la deuda, el éxodo de su familia. La lealtad ahora la aleja de la isla. La Sra. Izquierdo ama la universidad, pero extraña más a su familia. Puerto Rico también la perderá.
S i la Sra. Orta-Anés está luchando por el futuro de Puerto Rico, lo esta haciendo para darles a los estudiantes que ahora se sientan en el café Vidy’s la oportunidad de permanecer en la isla. En el abarrotado bar de la universidad, José Néstor Rodríguez Rodríguez, estudiante de quinto año de arquitectura en el recinto de Río Piedras, y su mejor amigo Jonhattan Ramírez Gómez, estudiante de sexto año de administración allí, discuten un eslogan que se ha vuelto popular desde la recuperación: #PuertoRicoSeLevanta.
Para algunos, el lema es un grito de resistencia. Para otros, que viven en hogares sin electricidad ni agua corriente, el sentimiento suena vacio.
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Un letrero en el recinto de Humacao en la U. de Puerto Rico advierte sobre el consumo de agua. Algunas clases en el campus fuertemente dañado se reúnen afuera bajo lonas, y los generadores funcionan constantemente. “Nos hemos acostumbrado al ruido”, dice un estudiante Foto por Angel Valentin para The Chronicle
El veredicto del Sr. Rodríguez Rodríguez: “Simplemente un eslogan”, dijo. “Creo que hay personas a las que no les preocupa si Puerto Rico se levantará. Su preocupación es sobrevivir”.
El Sr. Rodríguez Rodríguez y el Sr. Ramírez Gómez no son activistas. Viven con sus familias, trabajan a tiempo parcial y están ansiosos por comenzar sus vidas después de la graduación. El Sr. Rodríguez Rodríguez quiere obtener una maestría en arquitectura. El Sr. Ramírez Gómez espera tener un restaurante o restaurantes en Puerto Rico. Después de la tormenta, quedarse en la isla es su única opción.
Bebiendo cervezas Schaefer de $1, los amigos intercambian historias de tormentas. Vidy’s ahora es un lugar a donde los estudiantes van para tratar de obtener estabilidad. El Sr. Rodríguez Rodríguez dijo que nunca a visto a los estudiantes en Vidy’s temprano en la noche, conversando y cenando, pero aquí hay electricidad. Ahora, la canción “Piano Man” de Billy Joel es apenas audible por sobre las conversaciones de los estudiantes, los zumbidos del aire acondicionado y los ruidos del generador.
La nueva multitud en Vidy’s es un ejemplo de como Puerto Rico no se levanta exactamente. La tormenta reorganizó la geografía de la ciudad: la gente va donde hay electricidad o donde pueden obtener una señal de celular. En el camino, toleran el tráfico nuevo y más pesado. Cuando solo quieres sobrevivir, a veces el conformismo es la única opción.
“Me estoy dando cuenta de que ciertas cosas que antes no estaban se están convirtiendo en la nueva normalidad. Y eso también es malo”, dijo Rodríguez Rodríguez. “Es parte de este sentimiento conformista de aquí. Es el tráfico, los semáforos, los atascos, que la electricidad se apaga en cualquier momento del día. La gente está empezando a acostumbrarse a esto”.
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Durante seis días, el Sr. Rodríguez Rodríguez limpió escombros y cortó ramas de árboles en el recinto de Río Piedras con estudiantes y miembros de la facultad desde las 6 a. m. hasta el mediodía. No era una limpieza oficial. La comunidad universitaria vio la destrucción y se encargó de ayudar. Los voluntarios trajeron todos los suministros que tenían.
Él usó un machete. Al final de la semana, sus manos estaban cubiertas de ampollas.
“Hay muchas maneras de preocuparse por una universidad”, dijo Rodríguez Rodríguez. “Nos importa esta universidad porque hubo un momento en que comprendimos que la universidad nos necesitaba. Después de la catástrofe fuimos los primeros allí".
La isla también los necesita. Todos los domingos, el Sr. Ramírez Gómez conduce una camioneta llena de suministros y voluntarios a lugares remotos de la isla con Cambio PR, una organización estudiantil compuesta principalmente por estudiantes de comunicación y periodismo con un componente voluntario.
Ha visto casas sin techo, niños sucios que perdieron sus ropas en una marejada ciclónica y le entregó un colchón a un hombre que perdió el suyo. Después de comer un burrito en un restaurante mexicano en la Avenida Universidad, el Sr. Ramírez Gómez recuerda estas caras.
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“Quiero llevar este plato a otra persona”, dijo, con la culpa que aparece ahora cuando se siente lleno. Después de comer un burrito caliente, lamenta que otras personas no hayan tenido una comida caliente durante casi tres meses. El Sr. Ramírez Gómez y el Sr. Rodríguez Rodríguez están felices de estar en la universidad, especialmente después del paro de casi dos meses que supuso la huelga estudiantil en el semestre de primavera. Ellos también necesitan la universidad. La universidad estaba desordenada después de la tormenta, pero an así ofrecía el único camino a seguir.
María no fue la primera tormenta en arrojar escombros en su camino. La huelga de casi dos meses de la primavera puso al semestre en espera. El par se opuso a la huelga no por su causa sino por sus tácticas y sus efectos. Les preocupaba que si la universidad perdía reconocimiento, perderían su ayuda financiera federal. Sin ayuda, dijo Ramírez Gómez, podría pagar una clase por semestre como máximo. El Sr. Rodríguez Rodríguez, que aspira a graduarse en febrero de 2018, cuando finalice este semestre, temía que las huelgas detuvieran sus planes.
Las huelgas mostraron que en una isla donde los estudiantes y la universidad dependen unos de otros para sobrevivir, el futuro es frágil. Se puede romper lentamente bajo presión acumulada, tan fácilmente como se puede romper en una tormenta.
“Realmente”, dice el Sr. Ramírez Gómez, “el huracán nos afectó menos que la huelga, personalmente”.
Si hubieran crecido en la parte continental, el Sr. Ramírez Gómez y el Sr. Rodríguez Rodríguez podrían simplemente haberse matriculado en una universidad pública diferente. Hay bastantes. Cuando el estado de Illinois se enfrentó a una prolongada crisis presupuestaria, y su sistema de universidad pública sufrió, algunos estudiantes simplemente se fueron a otro lado. En una isla no hay estados vecinos a los que recurrir.
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Es fácil acostumbrarse a una máquina de emergencia cuando está siempre encendida. Una clase de trabajo social de cuarto año está sentada debajo de las lonas blancas de Humacao. A unos metros de distancia, los generadores hacen eco en las piedras de los pasillos. A algunos estudiantes les distrae el sonido. , otros apenas lo notan.
La Sra. Arzúaga La Santa, una activista estudiantil, comparó el sonido del generador con las llamadas del coquí, una pequeña rana de árbol que se encuentra en toda la isla. El grito agudo del coquí se escucha cada noche en Puerto Rico. A menudo se la conoce como “nuestra” rana o “nuestro” animal. Las ranas de peluche se venden en el aeropuerto de San Juan y se imprimen en camisetas.
“Al menos para mí, no puedo dormir sin escuchar el coquí", dijo la Sra. Arzúaga La Santa. “El generador se ha convertido en el coquí. Nos hemos acostumbrado al ruido”.
Hace dos semanas, la Sra. Orta-Anés cedió, y su familia compró un generador. Se volvió demasiado difícil trabajar desde casa y reconstruir su vida sin electricidad. Ella mantiene que es una solución temporal hasta que instalen paneles solares o devoluciones de energía.
A pesar de todos los cambios que el huracán María ha traído a los puertorriqueños, la tormenta aún no ha dañado la lealtad que muchos sienten. En la clase de trabajo social en Humacao, debajo de la lona, cuando un periodista preguntó quién quería abandonar la isla después de la graduación, solo se levantó una mano. Los estudiantes tenían razones similares para quedarse: vínculos familiares y conexiones personales con la isla. La deuda financiera es la razón de gran parte de la angustia de Puerto Rico, pero no es el único tipo de deuda que opera aquí. Los estudiantes están agradecidos con la isla y la universidad.
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Hay orgullo en la lucha, en ser parte de una comunidad que los estadounidenses del continente consideran olvidable. “Puerto Rico se levanta” puede que no describa totalmente las condiciones imperantes en el terreno. Pero hay una razón por la cual se ha convertido en un eslogan popular.
“Te inscribes, y esto entra en nuestro corazón y en todo. Es como si estuviéramos estudiando esto por el bien de Puerto Rico”, dijo la Sra. Arzúaga La Santa. “Es un sentimiento de pertenencia tan fuerte que no nos vemos yéndonos de aquí, haciendo otra cosa, viviendo otra vida, porque queremos mejorar lo que tenemos y hacer cosas nuevas para el progreso de nuestro país”.
La Sra. Orta-Anés se sentó en la esquina debajo de la lona y escuchó las respuestas de los estudiantes en silencio. Esta era la quinta vez que visitaba el recinto de Humacao despues de María. En las últimas cuatro visitas, les preguntó a los profesores y al personal qué necesitaban y cómo podían ayudar los miembros facultativos. Esta vez ella simplemente observó.
Conduciendo de regreso a San Juan, pasando las montañas cubiertas de vegetación tropical, la Sra. Orta-Anés pensó en lo que los estudiantes habían dicho. Vivir en un estado de emergencia casi constante tiene consecuencias. Sería suficiente para muchos jóvenes quedarse en la escuela el tiempo suficiente para obtener su título, y luego huir de la isla como tantos otros.
Y sin embargo, estos estudiantes estaban decididos a quedarse. Al igual que ella.
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Los árboles en el tramo montañoso desde Humacao hasta San Juan eran exuberantes y verdes. Incluso la vegetación caída al costado de la carretera tenía nuevas hojas y vides. La vegetación estaba en todas partes. En las semanas posteriores a María, la Sra. Orta-Anés se había sentido preocupada, enojada, determinada, agotada. Mientras conducía a casa, sintió algo más.
“Fue simplemente que me sentí tan malditamente orgullosa”.